CDMX. La competencia comercial por el cuerpo humano en Estados Unidos tiene rostro y heridas abiertas. Empresas privadas —conocidas como intermediarios de cuerpos o “bancos de tejidos no destinados a trasplantes”— adquieren cadáveres, los diseccionan y venden sus partes a universidades y compañías de ingeniería médica. El caso de Harold Dillard, un texano de 56 años que quiso donar su cuerpo para “aliviar la carga” de su familia y terminó ligado a una investigación policial que halló más de 100 restos humanos de 45 personas en un almacén de la firma Bio Care, expone las aristas más crudas del negocio: desmembramientos con instrumentos toscos “como una motosierra”, restos devueltos a familiares en bolsas con cierre hermético cuyo contenido “no parecía cenizas humanas”, y la imposibilidad de fincar responsabilidades penales pese a las sospechas de maltrato. La empresa negó entonces haber ultrajado los cuerpos; ya no existe y no fue posible contactar a sus antiguos propietarios.
La información de esta nota fue elaborada con base en un reportaje de BBC Mundo, que retrata cómo la industria de intermediación de cadáveres se sostiene entre un marco laxo, testimonios devastadores y la reivindicación científica de quienes aseguran que la donación de cuerpos es indispensable para formar médicos, probar tecnologías y desarrollar tratamientos.
Un negocio que duele: del gesto altruista al lucro
Dillard, exmecánico de Texas, aceptó donar su cuerpo tras ser diagnosticado con cáncer abdominal en 2009. Bio Care prometió usarlo para prácticas de reemplazo de rodilla, incinerar lo no utilizado y devolver gratuitamente las cenizas. Murió en Nochebuena; horas después, la empresa retiró el cuerpo. Meses más tarde, la policía avisó a su hija, Farrah Fasold: habían encontrado la cabeza de su padre. Para ella, que imaginó respeto y dignidad, aquello fue una “mutilación”. Sufrió insomnio al imaginar “tinas rojas llenas de restos humanos”. Buscó justicia; el dueño de Bio Care fue acusado de fraude, pero los cargos se retiraron por falta de pruebas sobre intención de engaño. La fiscalía local señaló que no había delito estatal qué perseguir.
Detrás del caso late una industria que, según críticos, es una versión moderna del expolio de tumbas, y que sus defensores describen como un engranaje necesario ante la insuficiencia de donaciones universitarias. Desde el siglo XIX, la enseñanza médica se apoya en cadáveres. Hoy, el programa de donación anatómica de la Universidad de California, que no obtiene lucro y opera con normas estrictas, recibió el año pasado 1,600 cuerpos completos y mantiene una lista de casi 50,000 personas vivas inscritas, explica su directora, Brandi Schmitt. La motivación suele ser altruista, pero el costo de los funerales también influye: a muchas familias les atrae que la institución retire el cuerpo sin costo.
La red privada y sus clientes
En las últimas décadas, emergió una red privada con fines de lucro que compra cuerpos a particulares, los fracciona y comercializa extremidades. Universidades adquieren piezas para docencia; empresas de ingeniería médica las usan para probar implantes de cadera, entre otros dispositivos. El comercio con fines de lucro de partes del cuerpo está virtualmente prohibido en el Reino Unido y buena parte de Europa, pero la regulación estadounidense —más laxa— abrió espacio al crecimiento. La investigación de Reuters liderada por Brian Grow en 2017 identificó 25 intermediarios con fines de lucro; una de esas empresas ganó 12.5 millones de dólares en tres años vendiendo partes de cuerpos.
No todos juegan igual: algunas firmas presumen estándares éticos estrictos; otras han sido acusadas de faltar al respeto a los fallecidos y de explotar a familias vulnerables en duelo. Kevin Lowbrera, directivo de una gran intermediaria, señala que su acreditación por la Asociación Estadounidense de Bancos de Tejidos (AATB) los obliga a cumplir pautas de trato y almacenamiento. Esa acreditación, sin embargo, es voluntaria —siete empresas se han inscrito— y no es requisito legal para operar. Lowbrera culpa a “actores deshonestos” y pide no arrasar con toda la industria por “manzanas podridas”.
Vacíos legales y un mercado global
La periodista Jenny Kleeman, autora de The Price of Life, apunta a la laguna normativa que alimenta el comercio. En el Reino Unido, la Ley de Tejidos Humanos prohíbe lucrar con partes del cuerpo salvo contadas excepciones; en Estados Unidos no existe una ley equivalente. La Ley Uniforme de Donaciones Anatómicas (UAGA) prohíbe la venta de tejido humano, pero permite cobrar “cantidades razonables” por procesamiento, abriendo una puerta para facturar servicios en torno a restos humanos. Resultado: Estados Unidos se convirtió en exportador mundial de cadáveres y fragmentos. Kleeman documentó que una gran empresa estadounidense enviaba partes a más de 50 países, incluido el Reino Unido. La falta de un registro formal dificulta la estadística, pero Reuters calculó que, entre 2011 y 2015, los intermediarios privados en EE. UU. recibieron al menos 50,000 cuerpos y distribuyeron más de 182,000 partes.
Cuando el Estado dona: cuerpos no reclamados
Las zonas grises alcanzan a los llamados “cuerpos del Estado”: personas sin hogar o sin familiares localizados cuyos restos se ceden a la ciencia. En teoría, el condado debe agotar la búsqueda de parientes antes de donar. No siempre ocurre. Tim Leggett se enteró en 2024, desde una app de noticias en Texas, de que el cuerpo de su hermano Dale —fallecido por insuficiencia respiratoria un año antes— había sido utilizado por una empresa de educación médica con fines de lucro para formar anestesiólogos. Formó parte de los más de 2,000 cuerpos no reclamados entregados al Centro de Ciencias de la Salud de la Universidad del Norte de Texas (2019–2024) mediante acuerdos con los condados de Dallas y Tarrant. El centro se disculpó con las familias, dijo reorientar su programa hacia la educación y mejorar la calidad para futuras generaciones, y confirmó el despido del personal que lo supervisaba.
¿Indispensable para la ciencia?
Más allá de los escándalos, Schmitt defiende el valor pedagógico: trabajar con tejido real marca el salto del libro a la práctica y “esos estudiantes terminarán ayudando a la gente”. Según ella, varias tecnologías nacieron de pruebas en cuerpos humanos: prótesis de rodilla y cadera, cirugía robótica, marcapasos. El dilema es cómo sostener la oferta de cuerpos sin abrir la puerta al lucro desmedido.
¿Regular, prohibir o sustituir?
Casi todos los actores consultados coinciden en que hace falta más regulación en EE. UU. Schmitt propone mirar a Europa y vetar la intermediación con fines de lucro. Reconoce “costos legítimos” —transporte, conservación— por los que es razonable cobrar, pero advierte que la ganancia empresarial “complica la idea altruista” de donar. Sugiere emular el régimen de órganos, regido por la UAGA, que prohíbe su venta. Kleeman responde: si mañana se prohibiera el lucro, faltarían cadáveres. Pide campañas universitarias más agresivas para promover donaciones altruistas, similares a las de órgano. Solo tras resolver la escasez, dice, podría discutirse una prohibición total.
¿Puede la realidad virtual cubrir el hueco? En 2023, la Universidad Case Western Reserve sustituyó los cuerpos en su plan formativo por modelos de RV. Mark Griswold explicó a Lifewire que la anatomía real, con sus colores y texturas, dificulta distinguir estructuras como nervios y vasos, mientras que el software ofrece mapas tridimensionales nítidos de relaciones anatómicas. Kleeman matiza: la RV aún no replica del todo la experiencia con un cadáver. Por ahora, la demanda de cuerpos seguirá existiendo… y con ella la posibilidad de que algunos se lucren.
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