CDMX. América Latina es hoy la única región densamente poblada del planeta donde ningún país posee armas nucleares. Esta situación, producto de una confluencia histórica, diplomática y política, tiene sus raíces en la segunda mitad del siglo XX, en el contexto de la Guerra Fría y en particular en la crisis de los misiles de 1962.

Durante esa crisis, que puso al mundo al borde de una guerra nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética, varios países latinoamericanos percibieron por primera vez los riesgos atómicos como una amenaza cercana. Esto llevó a proponer medidas multilaterales para evitar que la región se viera envuelta en una confrontación de ese tipo.

Según Luis Rodríguez, investigador del Center for International Security and Cooperation (CISAC) de la Universidad de Stanford, la proximidad de la crisis influyó en la decisión de varios Estados latinoamericanos de trabajar en la creación de una zona libre de armas nucleares. «Es la primera vez que los países en América Latina vieron los riesgos nucleares tan cerca de casa», explicó.

En 1967, tras años de negociación, se firmó el Tratado de Tlatelolco, que prohíbe el desarrollo, adquisición y emplazamiento de armas nucleares en América Latina y el Caribe. El tratado, que entró en vigor en 1969, fue impulsado por México y permitió a la región declararse zona libre de armas nucleares. El diplomático mexicano Alfonso García Robles, uno de sus principales impulsores, fue reconocido con el Premio Nobel de la Paz en 1982.

Sin embargo, países como Brasil y Argentina mostraron inicialmente reticencia a adherirse plenamente al tratado. Ryan Musto, investigador del Global Research Institute de la Universidad William and Mary, explicó que estos países buscaban preservar su derecho al desarrollo independiente del ciclo nuclear y a las llamadas “explosiones nucleares pacíficas”. «Ambos querían desarrollar el ciclo completo del combustible nuclear sin interferencias externas», detalló.

Pese a las dudas iniciales, hacia comienzos de la década de 1990, tanto Brasil como Argentina renunciaron a los ensayos nucleares pacíficos y se adhirieron plenamente al Tratado de Tlatelolco. Posteriormente, también se sumaron al Tratado de No Proliferación Nuclear (NPT), consolidando su compromiso con la no proliferación.

Rodríguez explicó que, aunque ambos países desarrollaron programas nucleares paralelos al sistema del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), no hay evidencia concluyente de que hayan intentado producir armamento atómico. «Se trató más bien de programas tecnológicos con doble uso, aunque sí hubo sectores militares interesados en avanzar hacia la bomba», aclaró.

Otros factores también influyeron. La estabilidad relativa entre Estados latinoamericanos, la transición democrática en Brasil y Argentina, y el alto costo económico y diplomático de mantener una opción nuclear contribuyeron a consolidar esta política regional.

En 1975, Brasil firmó con Alemania Occidental un acuerdo de transferencia nuclear que fue obstaculizado por presiones de Estados Unidos, lo que ilustró las dificultades que enfrentaban los países que permanecían fuera del régimen internacional de control nuclear.

Hoy, la experiencia latinoamericana es vista como un caso exitoso de cooperación regional en materia de desarme. El legado del Tratado de Tlatelolco y la adhesión al NPT han convertido a la región en un referente mundial en no proliferación, en contraste con otras zonas donde las armas nucleares siguen siendo un eje de tensión geopolítica.

Con información de Más Información.