El caso de María Branyas Morera –quien vivió 117 años y 5 meses– ofrece una radiografía inédita sobre cómo puede envejecer el cuerpo sin desarrollar enfermedades típicas de la edad. Un equipo internacional liderado por el doctor Manel Esteller analizó durante tres años muestras biológicas de la supercentenaria y halló que, pese a su edad cronológica, sus tejidos se comportaban como más jóvenes: su edad biológica resultó unos 23 años menor.
María Branyas Morera no sólo fue la persona más longeva del mundo hasta su muerte en agosto de 2024. Su historia, su estilo de vida y, sobre todo, su biología, hoy representan una referencia científica sobre lo que significa envejecer de manera saludable. Con 117 años y 5 meses, esta mujer nacida en San Francisco en 1907 y criada en Barcelona se convirtió en un caso extremo de longevidad que investigadores españoles y europeos estudiaron con rigor para descifrar qué la hizo diferente.
De acuerdo con BBC, un equipo liderado por el doctor Manel Esteller, del Instituto de Investigación contra la Leucemia Josep Carreras, publicó en Cell Reports Medicine el estudio más completo hecho hasta la fecha sobre una supercentenaria. Durante tres años, los científicos recolectaron y analizaron muestras de sangre, saliva, heces y orina de Branyas, buscando marcadores biológicos que pudieran explicar cómo alcanzó semejante edad con un estado de salud excepcional.
El primer hallazgo fue que, aunque sus telómeros –los extremos de los cromosomas que se acortan con la edad– eran muy cortos, esto no se tradujo en enfermedades. En su caso, actuaban como un “reloj cromosómico” de envejecimiento más que como una señal de deterioro patológico. De hecho, su edad biológica resultó ser 23 años más joven que la cronológica: sus células, en términos funcionales, se comportaban como las de alguien de 94 años, no de 117.
Otro descubrimiento fue su sistema inmune: fuerte, con baja inflamación interna y una notable capacidad de defensa frente a microorganismos. Este “perfil antiinflamatorio” parece haberla protegido de enfermedades degenerativas. Su microbioma intestinal, clave en la regulación inmunológica, era propio de una persona joven de 21 años, con abundancia de Bifidobacterium, una bacteria que suele disminuir con la edad y que ayuda a reducir respuestas inflamatorias.
El metabolismo lipídico de Branyas también resultó inusual. Sus niveles de colesterol “malo” (VLDL) y triglicéridos eran muy bajos, mientras que el colesterol “bueno” (HDL) era muy alto. Además, mantenía bajo control la glucosa en sangre y nunca presentó obesidad, factores determinantes para prevenir diabetes y enfermedades cardiovasculares. Su dieta mediterránea, a base de productos frescos, aceite de oliva y yogur –consumía tres al día–, acompañada de la ausencia de tabaco y alcohol, reforzaban este perfil saludable.
En el ámbito genético, los científicos no encontraron un único “gen de la longevidad”. Lo que observaron fue un conjunto de variantes que la protegían contra enfermedades como cáncer, demencia o problemas cardíacos, sumado a la ausencia de mutaciones de riesgo como las asociadas al alzhéimer. Más sorprendente aún: su genoma presentaba diez variantes no registradas antes en la literatura científica, lo que podría abrir nuevas líneas de investigación sobre la herencia y la longevidad.
La parte emocional y social tampoco quedó fuera del estudio. Branyas mantuvo hasta el final una vida activa: le gustaba leer, caminar, cuidar de sus perros, tocar el piano y convivir con su familia. Superó la covid-19 a los 113 años y, salvo sordera y dolor de rodillas, no padeció enfermedades crónicas graves. Según sus allegados, su fortaleza se sustentaba en la serenidad: orden, tranquilidad, contacto con la naturaleza, vínculos familiares sólidos y, como ella misma decía, “alejarse de la gente tóxica”.
La investigación confirma que su longevidad fue resultado de una combinación de factores genéticos y de hábitos. Como explicó Esteller: “Hay cierto determinismo genético, pero no tanto. Lo que ella hizo después con su vida le dio esos casi 30 años extra”. De hecho, en su familia no hubo centenarios, pero sí muchos que alcanzaron los 90, lo que sugiere predisposición genética que ella potenció con sus elecciones de vida.
Los expertos advierten que se trata de un estudio con una sola persona – “N=1” – y que no puede extrapolarse a toda la población. Sin embargo, comparaciones con miles de perfiles de distintas edades permitieron identificar patrones que distinguen entre envejecimiento patológico y envejecimiento saludable. Entre ellos, el desfase entre edad biológica y cronológica, un microbioma protector, bajo nivel de inflamación y un metabolismo lipídico eficiente.
Más allá de las limitaciones, el estudio abre una ventana para comprender que el envejecimiento no es necesariamente sinónimo de enfermedad. Sugiere, además, biomarcadores que podrían guiar futuras investigaciones en terapias antienvejecimiento y en la prevención de enfermedades asociadas a la edad.
Branyas, considerada la octava persona más longeva de la historia con edad verificable, resumía su fórmula de vida en palabras sencillas: buena alimentación, serenidad emocional, afecto familiar, una actitud positiva, y, según ella misma, “suerte y buena genética”. Para la ciencia, su caso demuestra que los secretos de la longevidad se encuentran tanto en los genes como en los hábitos y el entorno. Para el mundo, María Branyas deja un legado único: la prueba de que se puede llegar muy lejos en años si se vive con equilibrio.
Con información de Más Información.