CDMX. El cuerpo de Joseph Paul Jernigan, ejecutado en Texas en 1993, fue rebanado en milímetros, fotografiado más de mil 800 veces y convertido en un legado para la ciencia. Aunque no pudo donar sus órganos por los efectos de la inyección letal, accedió a que su cuerpo fuera destinado a la investigación médica. Así nació el Proyecto Humano Visible, una base de datos anatómica sin precedentes que hoy es clave para la enseñanza de medicina y el desarrollo de nuevas tecnologías médicas en Estados Unidos. El caso de Jernigan simboliza una forma de “resurrección” científica: una segunda vida al servicio del conocimiento.

De acuerdo con un reportaje de Animal Político, la donación de cuerpos con fines educativos y científicos es una práctica reconocida y legal en varios países. En México, uno de los programas más estructurados es el que impulsa la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), que desde hace ocho años promueve la entrega voluntaria de cuerpos tras la muerte, para ser usados en el estudio de la anatomía, la cirugía y la investigación biomédica.

El programa nace por la necesidad que tenemos en la formación de nuevos médicos”, explica el doctor Alberto Manuel Ángeles Castellanos, responsable del Programa de Donación de Cuerpos de la UNAM. Según detalla, esta iniciativa –avalada por la Secretaría de Salud– permite que estudiantes de licenciatura y posgrado puedan tener contacto directo con cuerpos reales, lo que mejora su formación y contribuye al avance de la medicina.

Actualmente, el programa cuenta con más de 1,700 donantes registrados, siendo las mujeres quienes encabezan las cifras. Para integrarse, las personas deben acudir a una entrevista, firmar un documento oficial y contar con dos testigos –familiares o cercanos– que se comprometan a entregar el cuerpo cuando llegue el momento. Si no hay familiares, pueden participar amigos o vecinos. No obstante, algunas donaciones no se concretan debido a conflictos entre el deseo del donante y la oposición de sus familiares tras el fallecimiento.

Existen dos tipos de donación: permanente, en la cual el cuerpo permanece en la UNAM y es incinerado posteriormente; y temporal, que permite el uso del cuerpo por un periodo de dos a diez años, tras el cual las cenizas son entregadas a la familia. En todos los casos, el trato al cuerpo se realiza bajo criterios éticos y científicos rigurosos. Si el cuerpo no es incinerado, puede pasar a formar parte de la serie osteológica de la universidad, considerada una de las más importantes a nivel mundial para estudios antropológicos.

El proceso para conservar los cuerpos implica su recepción en un plazo máximo de 24 horas tras la muerte. Posteriormente, se realiza una técnica de embalsamamiento con una solución a base de alcoholes que permite mantener el cuerpo en condiciones adecuadas durante años. En algunos casos, los cadáveres han sido usados por más de dos décadas en el área de anatomía.

Entre las motivaciones de los donantes están el deseo de contribuir a la ciencia, evitar gastos funerarios o cumplir un anhelo personal. Algunos incluso lo ven como su única oportunidad de “entrar a la universidad”, mientras que otros, como médicos o religiosos, promueven la donación como un acto de trascendencia. “Los cuerpos no van al cielo, va el espíritu”, afirma un sacerdote donante, convencido de que su legado será útil a la formación médica.

La doctora Jennifer Hincapié Sánchez, directora del Programa Universitario de Bioética de la UNAM, subraya que esta práctica representa un avance frente a modelos antiguos en los que los cadáveres eran proporcionados por el Ministerio Público. Ahora, con una base legal más sólida y un enfoque ético, la donación voluntaria permite sensibilizar a los estudiantes y garantizar que cada cuerpo reciba un trato digno.

Aun así, el proceso puede representar un dilema moral para muchas familias, quienes enfrentan preguntas sobre el duelo, el sepelio y creencias religiosas. “Existe la idea de que si el cuerpo no está entero, no entrará al cielo”, señala Hincapié, quien también es donadora. No obstante, destaca que esta decisión permite prolongar la vocación de servicio de una persona más allá de su muerte. “Si puedo seguir enseñando después de morir, lo haré”.

Cada día, entre cinco y seis personas llaman para informarse sobre el programa, y cada semana se suman nuevos donantes. La UNAM, junto con otras universidades como la de Guadalajara, la Autónoma de Puebla o la de Nuevo León, ha impulsado este modelo como parte de una visión integral de ciencia, ética y humanidad.

A través de la donación de cuerpos, la medicina en México sigue creciendo. Y mientras algunos prefieren los rituales funerarios tradicionales, otros optan por una forma distinta de trascender: convertirse, literalmente, en parte del conocimiento. Una forma, quizá más silenciosa, pero no menos poderosa, de resucitar.

Con información de Más Información.