Ucrania. El kilométrico radar del Pájaro Carpintero, en Ucrania; la monumental Pirámide del Fin del Mundo destinada a detectar un ataque nuclear, en Estados Unidos; y el colosal Muro de Kinmen cuyos sonidos se escuchaban a más de 25 kilómetros de distancia, en Taiwan, son tres de las estructuras bélicas más extraordinarias, construidas bajo la conjunción de la arquitectura y la ingeniería
El arquitecto, escritor y periodista cultural Pedro Torrijos, que se autodefine como “un contador de historias en diferentes formatos y a través de múltiples canales”, recorre el mundo de manera sistemática en busca de las construcciones más extraordinarias ideadas, diseñadas y edificadas por los seres humanos, y que en muchos casos son poco conocidas.
Ha descubierto, visitado y descrito lugares sorprendentes, impregnados de civilización, luz, calma, guerra o tiniebla que los seres humanos han construido empujados por deseos, pasiones y generosidad, pero a menudo lastrados por envidias, odios y maldad.
Son lugares que a veces abandonamos y olvidamos”, como explica en su libro más reciente, ‘La pirámide del fin del mundo y otros territorios improbables’.
Torrijos (Madrid, España, 1975) ha descubierto y cuenta a la nutrida audiencia que lo sigue a través de sus artículos, podcasts, emisiones de radio, publicaciones en plataformas de internet y libros, historias deslumbrantes de avances científicos y construcciones monumentales.
También ha descubierto y narra en su libro las historias de algunas gigantescas estructuras bélicas tan sorprendentes como desconocidas para la mayoría de las personas.
«Este arquitecto y divulgador describe tres colosales estructuras vinculadas a la lucha armada entre los países, que le han llamado especialmente la atención”, según explica a EFE.
Son tres artefactos de guerra que no parecen de guerra y, sin embargo, como una sirena que suena en la noche, nos recuerdan que el miedo domina a la especie humana dejando a su paso los restos abandonados de cuando creíamos que mañana iba a ser el fin del mundo, según destaca.
“Espero que sigan siendo solo ruinas como en la actualidad” y que nunca se reactiven, señala Torrijos, en referencia a tres megaestructuras en desuso, a las que califica como representativas y potencialmente inductoras de un Apocalipsis por radio, un Apocalipsis por miedo y un Apocalipsis por música, respectivamente.
El Pájaro Carpintero ucraniano
“En 1976, cientos de radioaficionados de todos los puntos de Europa comenzaron a escuchar en sus receptores de onda corta una serie de golpes marcados, uno tras otro, en un repiqueteo infinito (tac-tac-tac-tac-tac-tac-tac-tac-tac-tac…), al cual bautizaron como el ‘Pájaro Carpintero’”, señala Torrijos.
El ruido, similar al de las aspas de un helicóptero o al de un martillo neumático percutiendo, invadía todas las ondas del viejo continente y al cabo de unas semanas, su intensidad aumentó, ampliando su alcance a estaciones situadas en puntos de Sudamérica, Asia e incluso del Pacífico
Según Torrijos, esta señal era capaz de interferir todas las frecuencias, e incluso las emisoras de la radio convencional, mientras que las transmisiones de la aviación comercial transoceánica también se vieron afectadas por aquel martilleo.
Nada alteraba al ‘Pájaro Carpintero’, cuya probable procedencia geográfica fue triangulada, acotándola a un radio de unos cientos de kilómetros, en la entonces República Soviética de Ucrania.
La intensidad del repiqueteo continuo era tan violenta y su alcance tan inabarcable, que el artefacto que lo emitía debía ser descomunal, aunque las autoridades soviéticas negaron por aquel la existencia del artefacto que lo emitía.
En realidad se trataba del Duga-3, una estructura de más de un kilómetro de largo dividida en dos pantallas semipermeables compuestas por cientos de antenas de radar. Era una matriz de agujas metálicas apuntando hacia el cielo, elevándose a la altura de un rascacielos y asomándose entre las copas de los árboles más prominentes, según descubrió Torrijos.
El Duga-3 era la tercera iteración de los radares Duga, palabra rusa que significa ‘Arco’ y lanzaba ondas que rebotaban en la ionosfera, ampliando su radio de acción hasta distancias superiores a los mil kilómetros, muy por encima de la línea del horizonte, y dejando un rastro sonoro en forma de repiqueteo, que era ruido del Pájaro Carpintero.
“Gracias a su potencia, este radar permitía detectar los misiles balísticos Minuteman III con los que los Estados Unidos pudiese amenazar a la URSS, cientos de kilómetros antes de que impactasen en los centros urbanos u otros lugares sensibles del territorio soviético”, puntualiza.
Sus coordenadas son: 51° 18’ 16.34’’ N, 30° 3’ 53.18’’ E, según Torrijos.
La Pirámide del Fin del Mundo estadounidense
La Pirámide de Nekoma era una monumental pirámide truncada de hormigón que se levantaba solitaria en la llanura de Dakota del Norte, según explica Torrijos.
«Señala que esta megaestructura formaba parte del Complejo Stanley R. Mickelsen de Salvaguardia Antimisiles y estaba cerca del pueblo de Nekoma, y que con el tiempo, también se la conoció como Pirámide de Dakota, y en unos cuantos artículos periodísticos la llamaron la ‘Pirámide del Fin del Mundo’”.
Medía –y todavía mide– unos sesenta metros de lado y unos treinta de alto, como un amenazador edificio de diez plantas sobre el horizonte de la pradera infinita, según este autor.
“En cada uno de sus cuatro lados, un inquietante círculo metálico miraba a todas partes, oteando más allá de la vista. Cada círculo, cada ojo, era un complejo sistema PAR, siglas que corresponden tanto a Radar de Adquisición Perimetral, como a Radar de Matriz de Fase”, según la describe Torrijos.
Destaca que esta Pirámide era capaz de detectar múltiples objetivos, en lo que respecta tanto a su localización como a su velocidad.
Bajo tierra, a apenas unos cientos de metros de los radares, descansaban, en sus silos, treinta misiles antibalísticos LIM-49 Spartan de largo alcance y setenta proyectiles Sprint de corto alcance, según puntualiza.
“En el caso de que la Pirámide localizase algún misil soviético –los temibles R-16, R-26 y R-36–, el complejo estadounidense lanzaría uno de sus propios cohetes para interceptarlo, y como el sistema de radar estaba directamente conectado a los silos, la respuesta sería prácticamente instantánea”, según este autor.
Para asegurar la destrucción de los misiles nucleares que amenazasen el territorio norteamericano, las contramedidas (los misiles del complejo Mickelsen) también eran nucleares, apunta.
“Al igual que el Pájaro Carpintero, la llamada ‘Pirámide del fin del mundo’ no es más que el resto de un pasado en el que el miedo dominaba a la especie humana. Ahora son ruinas de cuando creíamos que mañana sería el fin del mundo”, enfatiza.
Sus coordenadas son: 48°34’ 36’’ N, 98°22’ 16’’ O, según Torrijos.
El muro sónico taiwanés
Esta megaestructura es una secuela de la época en la que arreciaban los enfrenamientos entre la República Popular China (comunista, liderada por Mao Zedong) establecida en el continente, y la República de China (capitalista, presidida por el general Chiang Kai-shek) establecida en la isla de Taiwán, a ambos lados del estrecho de Taiwán, a finales de la década de 1940, de acuerdo a Pedro Torrijos.
Explica que uno de los territorios en disputa por aquel entonces era el archipiélago de Kinmen, situado en una bahía, técnicamente insular pero rodeado casi completamente por tierras continentales, donde permanecían tropas leales a Chiang Kai-shek.
“Tras unos cruentos enfrentamientos entre ambos bandos, la guerra pasó de los fusiles y la artillería a ser propagandística, por medio del mutuo bombardeo de panfletos, que ensalzaban las bondades de uno y otro sistemas: capitalista y comunista”, apunta.
Señala que a finales de 1967, el ejército de Taiwán construyó en una base militar de Kinmen, un cubo de hormigón de diez metros de lado por diez de alto horadado por cuarenta y ocho agujeros en los que instalaron altavoces de alta potencia.
El objetivo de la construcción, llamada ‘Muro de Emisión de Beishén´ y alta como un edificio de tres plantas, era atronar a los vecinos chinos que se encontrasen al otro lado de la bahía, según este investigador.
“Como el altavoz desarrollaba una intensidad acústica similar a la del reactor de un avión despegando, las arengas propagandísticas y la música de moda en Taiwán que emitía el Muro a diario, no solo alcanzaban los seis kilómetros que le separaban de la costa continental, sino que se escuchaban a más de veinticinco kilómetros de distancia”, concluye Torrijos. Sus coordenadas son: 24° 29’’ 19.9’’ N, 118° 18’’ 47.1’’ E, según Torrijos.
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