Cartagena, Colombia. La inteligencia artificial (IA) avanza a un ritmo tan vertiginoso que ha cambiado la forma en que las sociedades conciben el futuro. Sin embargo, lejos de los escenarios de ciencia ficción, los verdaderos riesgos ya están presentes en el presente.
El neurocientífico y divulgador Mariano Sigman, quien presentó su libro ‘Artificial: La nueva inteligencia y el contorno de lo humano’ en el Hay Festival Cartagena, expone que el impacto de esta tecnología depende más del uso humano que de la herramienta en sí.
“Cuando pensamos en los riesgos de la IA, imaginamos futuros lejanos, como en las películas ‘Terminator’ o ‘Matrix’, pero eso no está pasando ahora. Los verdaderos riesgos, como adicciones, manipulación, catástrofes educativas y laborales, ya están aquí”, señaló Sigman.
El neurocientífico argentino, autor de obras como ‘El poder de las palabras’ y ‘La vida secreta de la mente’, es una voz destacada en la intersección entre tecnología y neurociencia. Fue uno de los directores del Human Brain Project, un ambicioso esfuerzo financiado por la Unión Europea para entender el cerebro humano. Su nuevo libro examina cómo la IA no solo transforma industrias, sino que interpela profundamente lo que entendemos como humanidad.
Sigman explica que la inteligencia, a diferencia de habilidades físicas como la fuerza, es un concepto rodeado de misterio. “Entender cómo producimos ideas o sentimos está vinculado con la idea de espíritu y alma. Que una máquina sea capaz de imitar eso nos confronta con un intangible humano”.
Esta confrontación genera animosidad hacia la IA, en especial porque la velocidad de su desarrollo supera la capacidad de las sociedades para reflexionar sobre su utilidad. Como ejemplo, Sigman menciona que herramientas como ChatGPT nacieron de problemas de traducción, y su impacto global fue inesperado incluso para sus propios creadores.
Un peligro menos visible, pero igual de significativo, es el monopolio del control sobre la IA. “Antes de que la inteligencia artificial se vuelva incontrolable, lo que veremos es que algunos tendrán un control inmenso sobre ella, mientras otros quedarán en desventaja”, advirtió. Esta concentración de poder, según Sigman, es similar a lo que ocurrió con otras tecnologías como la imprenta, la energía nuclear o los avances médicos.
Sigman subraya la importancia de una distribución equitativa del acceso a la IA, recordando que, durante la Guerra Fría, científicos occidentales compartieron información nuclear con naciones del bloque del Este para evitar un monopolio estadounidense. “Con la IA debemos adoptar un enfoque similar”, señala.
Para el académico, convivir con la inteligencia artificial requiere un enfoque intermedio: ni pánico ni aceptación acrítica. “El primer paso es quitarle prejuicios. Hay que acercarse con curiosidad, pero con herramientas que permitan entender sus capacidades y limitaciones”.
Uno de los mayores riesgos, apunta Sigman, es el sedentarismo cognitivo. “Como las tecnologías reemplazan nuestras habilidades, también las entumecen. Si dependemos demasiado de herramientas como ChatGPT para resolver problemas sin pensar en ellos, perdemos la capacidad de razonar, de ejercitar nuestra mente”.
El neurocientífico llama a un uso activo de la IA, donde se valore el esfuerzo y la participación humana. “Sentirse cómodo y no esforzarse puede ser señal de sedentarismo, tanto físico como mental. La clave es interactuar con estas herramientas como aliados, no como reemplazos”.
La interacción con los chatbots plantea interrogantes sobre la naturaleza de la comunicación humana. Sigman observa que las personas tienden a ser más amables con las máquinas que con otras personas. “Es paradójico. Al conversar con un bot, usamos frases como ‘por favor’ o ‘gracias’, pero olvidamos esa cortesía con quienes nos rodean”.
Esa conducta, según Sigman, revela algo profundo sobre cómo nos proyectamos en el mundo. “Cuando olvidas que del otro lado hay una máquina, entras en un juego que refleja nuestras disposiciones humanas. Es un ejemplo más de cómo la IA interpela lo que somos”.
Para Sigman, el verdadero reto no es que las máquinas adquieran autonomía, sino qué hacemos los humanos con la tecnología. “La IA pone en jaque lo que somos como civilización. Los riesgos no están en que las máquinas nos ataquen, sino en cómo elegimos usarlas”.
El mensaje central de Artificial es claro: los desafíos de la inteligencia artificial no están en un futuro lejano. Ya están aquí, y enfrentarlos requiere responsabilidad colectiva, curiosidad y equilibrio.
Con información de Más Información.