En Ciudad de Gaza ya solo queda abierto un comedor solidario para cerca de un millar de personas. A la entrada, cientos de palestinos, sobre todo niños, se arremolinan empujados por los de atrás con baldes y ollas vacías; en su interior cocinan cacerolas de sopa que saben no van a ser suficientes para quienes ya pasan hambre.
Más allá de las bombas, el riesgo de hambruna es la principal preocupación de 2,1 millones de palestinos, ya que la comida entra con cuentagotas y a costa de ataques armados del Ejército israelí, en los que ya han muerto más de mil personas, anunció ayer el Ministerio de Sanidad gazatí.
De este comedor, compuesto apenas por cuatro vallas levantadas con estructuras de metal, mallas de plástico y alambres para que los que acuden no lo sobrepasen, dependen de media un millar de personas, pero la falta de comida hace que apenas puedan llegar a unas 300.
«A veces cocinábamos 40 ollas de comida, pero hoy luchamos por llegar a unas 17 y a veces no logramos ingredientes suficientes y solo cocinamos 10 ollas«, cuenta a EFE Ryad Saadat, palestino de 50 años que trabaja en el comedor.
La cara de la gente refleja la desesperación provocada por el bloqueo israelí, que no permite la entrada de toneladas de ayuda pese a que la ONU asegura tener comida suficiente para alimentar a toda Gaza durante los próximos meses.
Cuando las diez grandes ollas, cocinadas en lumbres improvisadas al aire libre, van vaciándose de sopa de patatas o de lentejas -en los días buenos, incluso hay arroz- mujeres y niños comienzan a llorar y a gritar ante el pavor de quedarse sin nada.
Lentejas aguadas
«Llevo desde las ocho de la mañana en el comedor solidario y ya son las cinco de la tarde. Nuestros hijos esperan que llevemos comida, pero no hay nada. Tenemos unas pocas lentejas y mucha agua; no es suficiente«, explica a EFE Hanadi Abeid, una madre de 32 años y seis bocas que alimentar.
Simplemente acudir al mercado se ha convertido en un imposible para la mayoría de familias. Un kilo de harina puede llegar a costar unos 38 euros (44 dólares), dice Abeid, que tampoco se atreve a ir a los puntos militarizados en los que mercenarios estadounidense entregan cajas de comida debido a los ataques.
El miedo es compartido, la adolescente Malak, de 16 años, acude sola al comedor solidario porque sus padres están heridos. Dice a EFE que no se atreve a caminar kilómetros hasta los puntos de reparto estadounidenses, de donde muchos no regresan.
Con información de EFE.