Chihuahua, CHIH. Mucho antes de que existiera la actual ciudad de Chihuahua, la cuenca del Chuvíscar ya era un paso obligado en el camino real hacia el Nuevo México. Esta región era conocida como “Chihuahua”, palabra probablemente de origen náhuatl que significa “lugar seco y arenoso”.
A fines del siglo XVII, cuando las minas de San José del Parral, fundadas en 1631, comenzaron a decaer, algunos mineros y sus familias se desplazaron hacia nuevos yacimientos, como los de Cusihuiriachi. A la par, surgieron haciendas ganaderas en los alrededores de la junta de los ríos Chuvíscar y Sacramento. En 1676, Domingo de Apresa estableció la primera casa-fuerte de la zona que daría origen a la hacienda de Tabalaopa. Para 1697, los franciscanos fundaron la misión de Nombre de Dios en un asentamiento indígena cercano al vado principal del camino real. Esta misión tenía dos visitas: San Antonio del Chuvíscar, al oeste, y San Juan del Norte, cerca del río Sacramento.
La región comenzó a transformarse tras el descubrimiento de un yacimiento de plata en Santa Eulalia en 1707 por indígenas provenientes del norte. En poco tiempo, el lugar se convirtió en un nuevo real de minas, y en sus alrededores proliferaron ranchos, haciendas y pequeñas comunidades. Al mismo tiempo, mineros y hacendados comenzaron a asentarse en la junta de los ríos Sacramento y Chuvíscar, donde el terreno llano, la presencia de agua y la cercanía al camino real ofrecían ventajas para el transporte, la agricultura y la refinación de minerales.
En octubre de 1709, el gobernador de la Nueva Vizcaya, Antonio de Deza y Ulloa, visitó el recién establecido real de Santa Eulalia. Ante el crecimiento de la población y la necesidad de establecer una cabecera civil y religiosa, convocó a una junta de vecinos. Algunos proponían que la localidad principal se mantuviera junto a las minas, pero otros preferían que el nuevo real se formara en la junta de los ríos. Ante el empate, el gobernador decidió a favor de esta última, fundando oficialmente el poblado de San Francisco de Cuéllar -hoy Chihuahua- el 12 de octubre de 1709.
A partir de entonces, se prohibió edificar en Santa Eulalia y se debían reunir los fondos para levantar una capilla provisional en el nuevo asentamiento.
Los primeros pobladores de la junta de los ríos ya habían establecido sus casas y haciendas de beneficio desde 1705. Entre ellos, el sargento Juan Antonio Trasviña y Retes, quien, junto con su esposa, Rosa Ortiz, financió la construcción de la primera capilla, dedicada a San Francisco de Asís y Nuestra Señora de Regla.
Los primeros oficios religiosos se celebraron en un jacal improvisado y, según testimonios posteriores, el altar primitivo se había ubicado cerca de lo que hoy es la Plazuela del Colegio, frente a al actual Museo Casa Chihuahua. En 1713, ya se registraban solares cercanos a la iglesia en construcción. El nuevo templo, de fábrica sencilla, fue terminado alrededor de 1715. Medía 37 varas de largo y 7 de ancho, y contaba con sacristía, crucero, bautisterio y una capilla dedicada al Santo Cristo de Mapimí. El virrey reconoció los méritos del capitán Trasviña y Retes, quien había aportado 18 mil pesos de su bolsillo para levantar la iglesia.
Sin embargo, hacia 1723, esta capilla ya resultaba insuficiente para la creciente población. El párroco Juan Bautista de Lara propuso construir un templo más amplio en el mismo sitio. Se encargó el proyecto al maestro José de la Cruz, y el 21 de junio de 1725, el obispo de Durango, Benito Crespo y Monroy, colocó la primera piedra del nuevo templo.
El proyecto era ambicioso: una iglesia de tres naves con crucero, cúpula, sacristía, capillas laterales y un amplio presbiterio. Los trabajos comenzaron con entusiasmo, gracias a las donaciones de vecinos, recursos del obispado de Durango y un nuevo impuesto sobre la producción de plata a los mineros de
Santa Eulalia.
En 1727, la antigua iglesia fue demolida para permitir la continuación de las obras. Sin embargo, ese mismo año surgió una nueva idea: construir un templo aún más grande, digno de convertirse en catedral. Aunque la sede episcopal seguía en Durango, se vislumbraba la importancia futura de Chihuahua como centro regional.
Los trabajos avanzaron durante las décadas siguientes. En 1738 ya estaban concluidos los muros exteriores, y en 1741 se terminó la portada principal y las entradas laterales. Hacia 1745, el cuerpo del templo estaba terminado y para 1760 el edificio lucía su estructura exterior prácticamente como se conoce hoy.
El fraile Ignacio María Lava, quien visitó la parroquia en 1778, la describió como una iglesia de cantería, sobria pero imponente, con torres, bóvedas, tres naves y proporciones poco comunes en América. Criticó, eso sí, los altos costos de su construcción, que atribuyó al entusiasmo del obispo Crespo.
A finales del siglo XIX, el templo era descrito como un conjunto de gran elegancia, con torres de tres cuerpos, siete altares y una monumental lámpara de plata maciza suspendida en el centro de la cúpula.
Elevada sobre la plaza principal, la catedral ha sido durante siglos el punto de referencia espiritual, urbano y simbólico de Chihuahua. En sus muros y altares se resguarda no sólo la memoria religiosa de una comunidad, sino también las huellas de su desarrollo político, económico y social. Piedra por piedra, esta iglesia ha acompañado la transformación de un pequeño real novohispano en el corazón de una entidad vasta, diversa y estratégica del norte mexicano.
A 200 años de haberse colocado su primera piedra, la catedral de Chihuahua no es sólo un monumento de cantera y fe, sino el testimonio vivo del origen de una ciudad forjada por mineros, devotos y colonos en la frontera de la Nueva España. Su historia refleja el tránsito de un campamento minero a una villa organizada, y de allí a una ciudad que, con el tiempo, se convertiría en la capital del estado más grande de México.
Con información de Excelsior.