El reloj marca unos minutos antes de las 3 de la mañana del 25 de julio. Corre el año del 2010.
Pamela Leticia Portillo Hernández llama a Lourdes Hernández, su mamá, para informarle que ya va a casa, solo es cuestión de pasar el retén para localizar vehículos robados.
Esa fue la última vez que Luly escuchó la voz de su hija.
No hubo oportunidad de despedirse; es más, nunca pensó que sería la última que se sabría de Pamela.
Un retén compuesto principalmente por elementos de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) así como por fuerzas estatales y municipales, detuvo el paso de la joven, en ese entonces 23 años de edad, para hacer una revisión de rutina.
El vehículo fue localizado en la intersección de la avenida Pacheco y calle J.J. Calvo, al sur de esta capital, justo donde estaba montado el retén de vigilancia.
Las autoridades federales se han mantenido en la postura de decir que era ilegal y estaba a cargo de integrantes del crimen organizado.
“Nos dicen que el retén era clonado, que no era un retén oficial, que no tenían nada que ver, pero dígame usted ¿quién permite esos retenes? Y con esa magnitud, como estaban, eran demasiados autos no creo que una autoridad no lo hubiera visto, aunque fuera la hora que fuera”, reflexiona Luly.
En su momento, las autoridades de los tres niveles hicieron caso omiso de la denuncia. Cerca de 14 años después, se mantiene la postura.
Una marcha que pide justicia en el Día del Amor
Es por historias como la de Pamela, su madre y su hija ya mayor de edad, que una veintena de familiares de personas desaparecidas caminaron por las calles de la capital.
En el Día del Amor y la Amistad, recorrieron con lonas y pancartas desde el templo del Sagrado Corazón de Jesús hasta la Plaza de Armas. Bajaron por la calle 12 hasta el Paseo Bolívar. De ahí recorrieron la avenida independencia hasta enfrente de Catedral, del Palacio Municipal y del Legislativo local.
El amor las mueve, el amor las mantiene vivas, por eso la lucha no se acaba.
De ahí que cada 14 de febrero, las madres, padres y familias buscadoras se reúnen para exigir justicia, con un grito que la zozobra les hace exhalar ¿hasta cuándo? Hasta que vuelvan los ausentes o morir en el intento.
Frente a la Catedral de Chihuahua, cuelgan la manta y lonas que portan las fotografías del plato que luce vacío a la mesa.
Observan los rostros impresos, como sintiéndose más cerca; se abrazan, se consuelan, voltean al cielo como pidiendo una respuesta del porqué ya no están.
Los hombros dejan de ejercer su función y se convierten en pañuelos de lágrimas.
Ningún par de brazos sobra. Todos confortan, todos
“¿Tiene la esperanza de que un día vuelva?” se le pregunta a Luly.
Con voz entrecortada, los ojos inundados por el llanto que rompe la formalidad de la entrevista y la cara que se ilumina como si viera a Pamela, contesta: yo sí tengo esperanza de que algún momento llegue, yo pienso que sí.







